Cada vez que les suelto en la campa y les veo correr, como ellos lo hacen, me quedo tensa, petrificada, mezcla de admiración y de miedo. Es un espectáculo verlos, pero el tiempo de sus locas carreras temo que se choquen contra un árbol. No miran, no ven, sólo corren y se muerden en un juego-competición por ellos acordado. El otro día, Lira atravesó una alambrada, no lo vi, pero escuché sus quejidos, cubierta de heridas y rasponazos por todo el cuerpo, aterrorizada no atendió a mis llamadas y se fue directamente a casa. Al llegar, se tiró al suelo como si su cuerpo estuviera paralizado, cuando se tranquilizó y a mí se me pasó el susto, la curé.
Hoy me he encontrado con un vecino que sabe de mis andanzas con los galgos y me suelta:
- A ver cual es la próxima que te lian.
- Esta ha sido la última- le he contestado ¿convencida?
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