Después de quince días diluviando ha salido un poco el sol y hemos reanudado los grandes paseos por el monte, pero ¡horror! hay invasión de conejos, Lira los ve o huele a distancia, se pone alerta, le avisa a Lagun y se preparan para salir disparados. Y yo siento pavor. Sí, sí, terror a los conejos, si aparece un león hambriento delante de mí, no tiemblo tanto. Pensaba hacer un amigurumi conejito como terapia, pero creo que aún no estoy preparada. He hecho este inofensivo sagutxu que ya he regalado.
jueves, 28 de julio de 2011
martes, 26 de julio de 2011
Descanso
domingo, 24 de julio de 2011
Macho alfa
Al volver del hospital, los primeros días, los galgos tuvieron un comportamiento extraño. Lira, se tiraba todo el día en mi cama, como sin energía o triste. Lagun se convirtió en un perro guardián, empezó a ladrar a todo el mundo que pasaba cerca de la casa, si nos cruzábamos en el paseo con otro perro se tiraba a por él o le gruñía. La explicación que me han dado es que él sentía que yo me encontraba débil y alguien tenía que defenderme, claro, él es el macho de la manada.
Después de amenazarle con enseñar esta foto ha bajado los humos de macho alfa.
Después de amenazarle con enseñar esta foto ha bajado los humos de macho alfa.
Canicross ¿deporte de alto riesgo?
Salí a correr con los perros, sin ganas, no me encontraba bien, había tenido un día de trabajo muy cargado. Pensé que me despejaría una carrera suave.
Mi imprudencia (por no llevar el mosquetón de rápida liberación) y el encabritado instinto de los galgos me jugaron una mala pasada. Se cruzó una inocente liebre en nuestro camino y ya no recuerdo apenas nada. Sé que me tiraron y me arrastraron durante bastante tiempo. En una neblina, como en un sueño difuminado, se me aparece un hombre delante de los perros. Probablemente él los paró. Cinco días en el hospital, unas virtuosas costuras en la cara y rasponazos a lo largo del hemicuerpo izquierdo son el resultado.
No consigo acordarme de qué ocurrió en esas dos horas vacías, están en blanco. Quizás sea mejor.
Mi imprudencia (por no llevar el mosquetón de rápida liberación) y el encabritado instinto de los galgos me jugaron una mala pasada. Se cruzó una inocente liebre en nuestro camino y ya no recuerdo apenas nada. Sé que me tiraron y me arrastraron durante bastante tiempo. En una neblina, como en un sueño difuminado, se me aparece un hombre delante de los perros. Probablemente él los paró. Cinco días en el hospital, unas virtuosas costuras en la cara y rasponazos a lo largo del hemicuerpo izquierdo son el resultado.
No consigo acordarme de qué ocurrió en esas dos horas vacías, están en blanco. Quizás sea mejor.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)