miércoles, 30 de noviembre de 2011

Neska

Tenías tres meses cuando nos encontramos, eras una bolita de algodón negro. Neska. Inquieta, dulce, alegre y bailarina. Contigo fue fácil aceptar mis primeros momentos de soledad, fuiste testigo de mis errores y fracasos, compartiste alegrías, retos y  traslados. Eras como un apéndice, si para alguien suponías un obstáculo, le borrábamos de nuestra vida. Dimos largos paseos,  haciamos footing, viajamos en barco, avión y coche. Ibiza, Lugo, Bilbao, San Sebastián, Vitoria, Hendaia... muchas personas  conocimos, llegaban y después desaparecían, tú y yo hemos seguido juntas.
La vejez se fue apoderando de tu cuerpo, tus ojos se hicieron opacos, tus oidos se cerraron, tu corazón se cansó, perdiste dientes y muelas, pero seguías luchando. El quesito que envolvía  la pastilla para estimular tu circulación se convirtió en el reloj que me recordaba las horas. Cada vez más te separabas del mundo, eras un saquito de huesos retorcido, pero yo percibía en tí ganas de vivir,  dabas unos paseos renqueantes por el jardín, te perdías y esperabas callada a que yo te rescatara, entre el seto, las hierbas o cables. Dormías mucho, no te despertaban los ruidos, vivías en la oscuridad, pero cuando yo entraba en la habitación, aunque ya no me recibías con saltos ni movias la cola, levantabas la cabecita y suspirabas.
Ha llegado el terrible momento, no has sido capaz de levantarte,  te he puesto de pie, te has caido una y otra vez sin control ni fuerza. Te has negado a comer, he intentado meterte a la fuerza el quesito que tanto te gustaba, has rechazado el agua. Te has abandonado ya y me ha costado darme cuenta.
Un día te prometí que no iba a permitir que sufrieras, que mientras hubiera esperanza lucharía por mantenerte viva,  pero que también te ayudaría a morir. En mi empeño por mantenerte a mi lado quizá has sufrido y yo lo he negado.
Desgarrada te he llevado al veterinario. No he podido articular ni una palabra, tapada con tu mantita, te has dormido entre mis caricias y lágrimas.
Nunca has pesado más de siete kilos, pero  me has ayudado tanto a vivir. Llegaste a mí con 3 meses y te has ido con veinte años. Ahora tengo tus cenizas y tu espíritu que me seguirán acompañando.